“Yo quería ser un Napoleón… por eso maté…”
Rodión Raskólnikov
Cuando leí Crimen y Castigo llamó mi atención conocer la mención relativamente constante que tenía Napoleón en la obra. En esta ocasión, como un personaje “ejemplar” para Raskólnikov: anárquico, revolucionario y potente.
Sabemos que el realismo ruso bebió abundantemente del francés (incluso de su movimiento romántico) y, en ese sentido, es curioso plantear semejanzas, aunque no siempre haya existido un real intercambio entre los autores de estos movimientos. Pues, ¡qué semejanza hay entre Julián y Raskólnikov, en cuanto a protagonismo en su propia novela y manejo de emociones! Una situación especial es la imagen de Napoleón presente en ambos. Discutamos este asunto.
Julián Sorel, un joven francés provinciano, de origen muy humilde con pocas probabilidades de prosperar en la vida, tiene en su infancia una gran visión: los dragones del 6º Regimiento, con sus capas blancas y cascos de acero de largos penachos de crin, que regresaban de la campaña de Italia. Lo volvieron loco de entusiasmo y le hacían suspirar por ser militar. Pasados algunos años, un tío suyo, médico del ejército, le narraba conmovedores relatos de las batallas reñidas por Napoleón, lo que atizaba el fuego bélico que ardía en el corazón del niño. Le enseñó latín e historia y le legó algunos libros, nutriéndose así de lecturas relativas a Bonaparte y sus hazañas:
La colección de los Boletines del Gran Ejército y las Memorias de Santa Elena completaban su Corán. Por estas obras, nuestro joven se habría dejado matar. En ninguna otra tuvo jamás confianza; para él todos los demás libros del mundo eran colecciones de embustes mejor o peor presentados.»
Para Julián, desde entonces sus ansias de amasar fortuna y llegar a ser un gran hombre van de la mano con esos pensamientos de juventud egoístas y llenos de grandeza como es común:
Se imaginaba entonces con transportes de alegría que llegaría un día en que sería presentado a las grandes hermosuras de París, cuya atención sabría atraerse merced a alguna acción gloriosa. ¿Por qué no había de encontrar una que de él se enamorase, como se enamoró de Bonaparte, cuando era desconocido y pobre, la célebre señora de Beauharnais? Durante una porción de años se repitió a todas las horas del día que Bonaparte, teniente obscuro y sin fortuna, logró hacerse amo y señor del mundo entero sin más auxilio que el de su espada. Esta idea le hacía llevaderas sus desventuras, que él creía inmensas.»
Raskólnikov, un estudiante ruso que no logra terminar sus estudios debido a su asfixiante pobreza y a la constante ebullición de sus pensamientos, ve, en cambio, en Napoleón a un azote que logró avasallar reinos enteros en la Europa de su tiempo:
El verdadero dominador, al que todo le está permitido, bombardea Tolón, asuela París, olvida a su ejército en Egipto, derrocha medio millón de soldados en la retirada de Moscú y sale del paso con un retruécano en Vilna; y todavía, después de muerto, le levantan estatuas… Según parece, todo le estaba permitido. ¡No; esos seres, por lo visto, no son de carne y hueso, sino de bronce!”
Su figura está ligada no tanto a la gloria militar o a las ideas, sino a la revolución, al colapso del tradicionalismo. Porque, para él, la simple existencia resulta poca cosa, siempre anheló algo más. Está dispuesto a dar su vida por una idea, pero ello tiene que ir de la mano con fortaleza e inteligencia, pues “quien es fuerte de alma e inteligencia señorea sobre ellos. Quien a mucho se arroja, ése es el que para ellos tiene razón. Quien puede escupir en muchas cosas, ése es, el legislador, y quien más se atreve de todos, ése es quien más razón tiene. ¡Así ha sido hasta ahora, y así será siempre!”
También lo está al crimen. El crimen, el daño, para Rodia son situaciones que bien pueden ser pasadas por alto por hombres como él:
¿De qué soy culpable ante ellos? ¿Para qué voy a ir allá? ¿Qué voy a decirles? Todo esto es tan sólo una alucinación… ellos mismos degüellan a millones de seres, y todavía se consideran virtuosos.”
Podemos decir que Raskólnikov es un anarquista, que ansía destruir el sistema tal como está pues ve gran maldad en su sociedad y eso lo agobia. Mientras que Julián es más bien alguien que quiere sobresalir en la sociedad en la que vive. Y para ello es muy hábil y analítico, desconfía de todo y va labrándose su destino, siempre hacia delante: “¡Si tuviese una renta de quinientos francos para terminar mis estudios…! ¡Con qué placer enviaría a todos a paseo!”
Desde luego, las divagaciones vertidas en este artículo tienen su origen en las grandes obras Crimen y Castigo de Dostoyevski y Rojo y Negro de Stendhal, ambas muy recomendables.
He leído ambas obras Crimen y castigo y Rojo y Negro, clásicos de la literatura, es interesante como los autores ponen a Napoleón como una fuente de inspiración para sus personajes, como dices cada quien a su manera, me encanta tu análisis y gracias por el aporte.
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