Heinrich Heine fue un escritor romántico alemán del siglo XIX quien, autodesterrado de su país natal, fue a Francia a continuar su carrera literaria donde alcanzó la fama tras ser traducido al francés por su amigo Gérard de Nerval. Comparto este fragmento del poema Almanzor incluido en su más famoso poemario titulado Libro de los cantares o Libro de las Canciones (1827).
Almanzor es un guerrero musulmán que, luego de la victoria de los reyes católicos, vuelve a una España que ya no le pertenece para buscar a su amada Clara.
I
Hay mil trescientas columnas
en la catedral de Córdoba,
hay mil trescientas columnas
que la cúpula soportan.
Reyes moros levantaron
ese templo, de Alá en honra;
las mudanzas de los tiempos
a otros usos lo acomodan.
En las gradas do se oyeron
las palabras de Mahoma,
hacen tonsurados prestes
sus extrañas ceremonias.
Está Almanzor-ben-Abdala
en la catedral de Córdoba,
y las columnas contempla,
y de este modo razona:
—«Para el gran Alá os labraron,
columnas firmes y sólidas,
y al culto odiado de Cristo
dais vuestro homenaje ahora.
»Si así aceptáis la mudanza
que os humilla y os deshonra,
¿qué ha de hacer el hombre débil,
columnas firmes y sólidas?».
II
De la catedral ya sale,
y al punto que sale, monta
en un selvático potro,
que rozagante galopa.
Camino va de Alcolea,
do al Guadalquivir coronan
almendros de flor nevada,
naranjos de dulce aroma.
El venturoso jinete
canta y ríe, triunfa y goza;
trinos de aves le acompañan
y murmurios de las ondas.
En Alcolea reside
doña Clara de Mendoza;
mientras su padre guerrea,
vive alegre y sin zozobras.
Almanzor oye lejanos
sonar timbales y trompas;
ve al través de la arboleda
resplandecer las antorchas.
¡Oh castillo de Alcolea!
¡Gran baile esta noche logras!
Bailan doce caballeros
con otras tantas hermosas.
Apuestos son los galanes,
son las damas seductoras;
Almanzor, el más gallardo
entre todos y entre todas.
Feliz va de dama en dama
con la sonrisa en la boca;
para todas cuantas mira
tiene a punto una lisonja.
A Isabel la mano besa;
la deja luego por otra;
se sienta a los pies de Elvira
y en sus pupilas se arroba.
Si hoy merece sus bondades,
le pregunta a Leonora,
y le muestra la cruz de oro
que su capotillo adorna.
A fe de cristiano viejo
les jura que las adora,
y el juramento repite
treinta veces en tres horas.
III
El castillo de Alcolea
envuelven silencio y sombra;
ya no hay damas ni galanes,
ya no hay músicas ni antorchas,
Almanzor y doña Clara
están callados y a solas;
el último candelabro
su último fulgor arroja.
Ella, en el sitial sentada;
él, a sus plantas, apoya
en sus trémulas rodillas
la cabeza soñadora.
En sus oscuras guedejas
un frasco de agua de rosas
ella solicita vierte;
él, dormitando, solloza.
En sus oscuras guedejas
los labios amantes posa
ella, y un ósculo imprime
nublada la sien él dobla.
En sus oscuras guedejas
ella, las que tierna llora
dulces lágrimas, derrama;
él, se estremece de cólera.