TODO SOBRE MI MADRE: «LA SAL» DE ADRIANA RIVA

Autora: Adriana Riva la sal
Título: La sal
Año de publicación: 2019
Editorial: Odelia Editora
Número de páginas: 134

Las novelas de viajes, ya lo sabemos, nunca se tratan acerca de un mero desplazamiento en el espacio. Desde aquel texto fundacional de la literatura occidental que es La odisea, cuando un personaje despliega las velas o enciende el motor del auto, se ponen en crisis su identidad, sus creencias, sus certezas. Partir hacia lo desconocido implica una prueba de carácter: como diríamos hoy en día, “salir de la zona de confort” para descubrir aspectos del mundo y de nosotros mismos que desconocíamos.

En la novela La sal (2019), esa indagación está ligada ni más ni menos que a la maternidad. Ema, la narradora, embarazada por segunda vez, acompaña a su madre Elena y a su tía Sara a su pueblo natal en La Pampa, con la excusa de retirar unas cajas que quedaron en la municipalidad. También es de la partida su hermana Julia, que ama documentar la historia familiar como Ema nunca lo hizo. Comienza así un road trip puramente femenino, de cuatro mujeres (cinco, si contamos la niña que espera Ema) embarcadas en un viaje al pasado, pero que también enfrentan los demonios que atraviesan sus relaciones. La sensación de admiración y abandono a la vez que marcó la relación de Ema con su mamá; los celos de Ema hacia Julia y la facilidad que tiene para acercarse a su mamá y a su tía; los recelos que existen entre Sara y Elena por la prosperidad genuina de una frente al éxito arribista de la otra. Riva construye personajes perfectamente imperfectos, con todas las complejidades y contradicciones que los hacen humanos y creíbles.

adriana riva
Adriana Riva

A lo largo de la novela, Adriana Riva despliega de manera magistral muchas de las sensaciones encontradas que las hijas solemos tener con respecto a nuestras madres. La sección inicial de la novela refiere a un accidente que Ema tuvo a los once años: quiso subirse al techo a colgar una decoración navideña, perdió el equilibrio y se desplomó cuatro metros hacia el suelo. Logró volver a caminar, pero luego de meses de estar postrada, enyesada de la cabeza a los pies, aislada y sumida en el dolor. La imagen más perturbadora que Ema asocia con el accidente es haber visto, segundos antes de caer, a su madre sentada en su auto, mirándola. Ese momento de negligencia, que Ema internamente no puede dejar de reprocharle, y su madre no puede perdonarse, aparece como una grieta que atravesó la relación y la dañó permanente e irremediablemente. Sin embargo, también es algo de lo que nunca han logrado hablar. Ema siente que su relación con su madre se basa en eludir verdades incómodas y urdir mentiras piadosas para evitar enfrentarse.

La mentira nos controla a las dos. Es un disfraz que usamos a diario para escurrirnos por la alcantarilla más cercana y evitar el combate frontal. A veces son mentiras absurdas, decir que leemos cuando en realidad dormimos la siesta. No está bien visto no hacer nada. Pero en general me impresiona la facilidad que tengo para fingir sentimientos con ella. La frontera entre la verdad y la mentira no existe en nuestra relación.

Al mismo tiempo, Ema se ha convertido en madre también, y a veces se ve peligrosamente parecida a esa madre a la que tantos reproches le hace internamente. En una sentencia aterradora, Ema declara: “Aunque me esforcé por ser distinta, me parezco a ella; las hijas siempre contienen a sus madres.”

Sin embargo, a medida que el viaje avanza, Ema va descubriendo aspectos de la vida de su madre que desconocía, y va reconciliándose de a poco con esa figura que siempre ha sido tan conflictiva en su vida. “Fue la primera vez que pensé en mamá como una persona que se había sobrepuesto una y otra vez a la adversidad, una persona que antes de ser madre había sido otras cosas.”

También va reconociéndose de a poco en el entramado familiar, y encontrando una parte de su identidad que está ligada a la historia de sus antepasados. “Yo también necesito viajar en el tiempo para entender mejor de qué estoy hecha; las familias, como las cosas, se transforman en una versión de lo que fueron antes. (…) Nadie forma su propio yo de la nada.” Uno de los momentos más conmovedores de la novela es cuando Ema, revisando las cajas olvidadas en la municipalidad, encuentra una imagen de un niño muy parecido a su propio hijo. Ni su madre ni su tía saben decirle quién es, pero Ema lo toma como un guiño del pasado que tiende un puente férreo hacia el presente y el futuro. “Somos las sombras de nuestros antepasados”, declara. Reconocer a su hijo en ese niño le permite también reconocerse como parte de un linaje que está intrínsecamente grabado en ella.

El personaje de Elena es memorable, y la narración en primera persona hace que vayamos descubriéndola en todas sus aristas al mismo tiempo que Ema. De percibirla como una mujer fría, necesitada permanentemente de atención, superficial y frívola, pasamos a descubrir su enorme fragilidad, su dependencia de “la amabilidad de los extraños”, al igual que Blanche Dubois en Un tranvía llamado deseo, su afán de reinventarse a la medida de sus ambiciones, y sus esfuerzos por ser la esposa perfecta para el marido perfecto que posiblemente hayan afectado negativamente su relación con sus hijas.

La sal nos propone un viaje introspectivo hacia los aspectos más difíciles de la relación madre-hija: la culpa, los reproches, las crisis identitarias, el amor mezclado indisolublemente con el fastidio por esos aspectos que nos frustran y que no logramos modificar. Adriana Riva indaga en esos aspectos con una lucidez y una sensibilidad que pocas veces he encontrado. También nos señala el camino hacia la aceptación, la reconciliación y el perdón que nos permiten sanar y seguir adelante. Cierro con una última cita de la novela que creo que la resume a la perfección.

Me pregunto si fue justa conmigo. Me pregunto si yo fui justa con ella. Pienso un poco más. La justicia no tiene nada que ver con la maternidad. La maternidad tiene que ver con una dependencia tan real como accidental. Miro a mamá una última vez por el espejo retrovisor y el resto del viaje solo miro hacia adelante.


Valoración: 4.0 de 5.0

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