Re-leyendo el canon: Doña Bárbara y lo monstruoso femenino

La dicotomía civilización-barbarie fue un tópico caro a los escritores latinoamericanos de fines del siglo XIX y comienzos del XX. El desarrollo de las ciudades y de economías capitalistas afines a los requisitos del mundo para la inserción de las nuevas naciones americanas en la Distribución Internacional del Trabajo generaron un aparato ideológico que debía justificar el abandono de las viejas costumbres y el avasallamiento de los pueblos originarios en favor del progreso. En esta tradición puede inscribirse la novela Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, publicada en 1929. Este autor nos traslada a las llanuras venezolanas y nos expone los flagelos del caudillismo y de la violencia como forma de resolución de los conflictos.

La trama de la novela gira en torno a las familias Luzardo y Barquero, descendientes del cunavichero Evaristo Luzardo, que abandonó el nomadismo para asentarse en el cajón del Arauca y establecer allí un latifundio. Pero sus descendientes comenzaron a pelearse por la partición del latifundio entre los herederos, y eso devino en sangrientas luchas intestinas que culminaron en un filicidio. El protagonista de la novela, Santos Luzardo, ha sido criado en Caracas, lejos de la violencia de los llanos, para evitar el trágico destino de su hermano. Cuando de adulto Santos decide retomar el manejo de sus tierras, se encuentra con que la estancia vecina, antes la Barquereña, ha sido usurpada fraudulentamente por la esposa de su tío, Doña Bárbara, que ejerce un cacicazgo brutal y avanza permanentemente sobre las tierras de sus vecinos con la complicidad del poder y la justicia local.

De allí en más, Gallegos deja bien en claro que las dos fincas vecinas representan los dos extremos de la dicotomía civilización-barbarie: Doña Bárbara renombró su finca El Miedo (hay que reconocerle la sutileza a Gallegos…), mientras que la finca de Santos Luzardo se llama Altamira, cristalizando los objetivos de su dueño de elevarse por encima de la barbarie y la violencia para imponer la luz de la civilización. Una civilización que está representada por dos elementos: la ley escrita y los alambrados.

Doña Bárbara está construida por Gallegos como una mujer monstruosa: utiliza su sexualidad y sus encantos para engatusar a los hombres y sacar provecho de ellos, es terriblemente supersticiosa, rechaza a su hija y permite que viva en la miseria más abyecta mientras ella se enriquece con su patrimonio, usurpa sistemáticamente tierras y propiedad ajena, y recurre a la violencia y la coerción para no tener que responder por sus actos. Todo el tiempo Gallegos compara a Doña Bárbara con la tierra, llamando a ambas “devoradora de hombres”, como si fuera la expresión más acabada del salvajismo de los llanos: “luchar contra Doña Bárbara, criatura y personificación de los tiempos que corrían, no sería solamente salvar Altamira, sino contribuir a la destrucción de las fuerzas retardarias de la prosperidad del Llano.”

Rómulo_Gallegos
Rómulo Gallegos

Sin embargo, Gallegos también nos cuenta la historia de Doña Bárbara, y al hacerlo parece poner en tela de juicio ciertos aspectos y condenas sociales a la luz de esa historia. “Fruto engendrado por la violencia del blanco aventurero en la sombría sensualidad de la india, su origen se perdía en el dramático misterio de las tierras vírgenes”. Doña Bárbara es mestiza, y es producto de la violencia sexual del blanco sobre la india, casi una metáfora perfecta de la explotación colonial de la que provienen los países americanos. De niña es recogida por la tripulación de una piragua, hombres rudos que en cuanto Bárbara comienza a mostrar rasgos de desarrollo femenino comienzan a disputársela, y terminan quitándole su doncellez en una violación en patota tras asesinar al hombre a quien ella ama. Desde entonces, Gallegos nos dice que “sólo rencores podía abrigar su pecho, y nada la complacía tanto como el espectáculo del varón debatiéndose entre las garras de las fuerzas destructoras.” Bárbara, para poder sobrevivir al horror, aprenderá a usar su condición de objeto de deseo a su favor, para pasar de víctima a victimaria, y pasará de ser objeto de violencia a ejercerla activamente, un mecanismo compensatorio típico en situaciones de extrema opresión (algunos llamarían a Doña Bárbara feminazi, tal vez). También adoptará rasgos fuertemente masculinos. Su rechazo a la maternidad también tiene que ver con el abuso padecido: “un hijo en sus entrañas era para ella una victoria del macho, una nueva violencia sufrida”.  En cuanto a la usurpación de las tierras de Barquero, podríamos decir que la posesión de dichas tierras había ido mutando en función de sucesivas conquistas y disputas sangrientas (comenzando por el despojo de los pueblos originarios a manos de los españoles). Uno podría preguntarse, en una tierra donde el poder y la propiedad siempre fueron de la mano de la fuerza, si Doña Bárbara realmente es una dueña tanto menos legítima que Santos Luzardo de las tierras que administra.

En conclusión, Gallegos construye a Doña Bárbara como un símbolo monstruoso de deformación moral, que se corresponde con la degeneración del hombre en un territorio salvaje y sin ley. Se basa para ello en su depravación sexual, su forma despótica de ejercer el poder, su naturaleza supersticiosa, su rechazo a la institución de la familia y su usurpación ilegítima de las tierras que habita, robadas a sus verdaderos dueños. La civilización vendría a salvar al pueblo venezolano de dichos rasgos anárquicos para imponer la ley y el progreso. ¿En nombre de quiénes? ¿Para quiénes? ¿Cuántos son excluidos, ignorados o esclavizados en nombre del impulso civilizatorio? ¿Quiénes se benefician de los alambrados que Santos Luzardo solicita con tanto ahínco? Creo que vale la pena seguir cuestionándolo.

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