El 24 de marzo de 1976 se producía el sexto golpe de Estado del siglo XX a manos del Ejército Argentino, el último de nuestra historia. No se trató de un hecho aislado relacionado con pujas internas propias del panorama político nacional: el avance de los movimientos revolucionarios de izquierda, sobre todo a partir de la Revolución Cubana de 1959, había generado preocupación en el gobierno de Estados Unidos, que se dedicó desde entonces a formar a los grupos de derecha alineados a la hegemonía económica del capitalismo occidental para la eliminación sistemática de cualquier grupo disidente, a través de la llamada Doctrina de Seguridad Nacional. Es por eso que a la violencia y la represión que signó a cada uno de los mandatos militares en la historia argentina, se sumó un plan sistemático de exterminio de los opositores (ya se tratara de guerrilleros, estudiantes, intelectuales, sindicalistas o personas que sabían demasiado) en verdaderos campos de concentración que se montaron en cuanta dependencia militar, fábrica abandonada, galpón o descampado se prestara para tal fin. Antes de exterminar a las víctimas y hacer desaparecer sus cuerpos para no dejar rastro de lo que sin duda sabían que era un delito de lesa humanidad perpetrado por el estado, los militares los torturaban brutalmente empleando las técnicas aprendidas en las escuelas de la CIA y creadas por el Ejército Francés en la lucha contra la resistencia en Argelia.
Las consecuencias de los siete años de dictadura militar fueron absolutamente nefastas: miles de desaparecidos (la cifra simbólica es treinta mil, y últimamente treinta mil cuatrocientos, para reivindicar a los muertos de la comunidad LGBTQ+, que durante años fueron ocultados incluso por la comisión que tenía que sacar los hechos a la luz), cientos de niños robados a sus familias y apropiados, una guerra suicida contra una de las mayores potencias militares del mundo, una deuda externa descomunal, la destrucción de la industria nacional en favor de la importación, la concentración de la riqueza y la pauperización de los sectores populares, y la instalación de monopolios con capitales extranjeros que destruyó las economías regionales y dejó pueblos fantasma y miles de desempleados (proceso que llegaría a su máxima expresión durante el mandato neoliberal de Carlos Menem en la década del ‘90).
En el campo de la cultura, la represión generó masivos exilios de intelectuales, incluyendo escritores, artistas y periodistas de la talla de Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, Manuel Puig y María Elena Walsh. También se cuentan numerosos intelectuales en las filas de los desaparecidos. A continuación podrán encontrar una semblanza de cuatro de los escritores que cayeron víctima de la dictadura, cuyo principal objetivo fue pulverizar y acallar a aquellas voces que intentaron alzarse contra la brutalidad de un régimen preparado para hacer cualquier cosa con tal de imponer el orden económico y social que era conveniente para conservar las relaciones de poder existentes entonces, y que en muchos casos perduran. La mejor forma de demostrar que no lo lograron es permitir que esas voces puedan seguir gritando desde el silencio.
Cuatro escritores asesinados por la dictadura militar
Rodolfo Walsh (9/1/1927 – 25/3/1976)
Rodolfo Walsh fue un periodista y escritor argentino, famoso por instalar el género de la non-fiction con su novela Operación masacre (1957) sobre los fusilamientos de José León Suárez en el contexto de la dictadura militar de Leonardi ocurridos el año anterior. Su cuento “Esa mujer” trata acerca de la apropiación por parte de la misma dictadura del cadáver de Eva Perón, y es un retrato magistral de cómo el odio puede devenir en patología. El 24 de marzo de 1977, en el primer aniversario del gobierno militar de Jorge Rafael Videla, que ya le había costado a la vida a su hija mayor (militante, al igual que él, de la agrupación guerrillera Montoneros), envió a todos los diarios una Carta Abierta a la Junta Militar donde exponía las desapariciones, las torturas, los centros clandestinos de detención, y los planes económicos del gobierno de facto. Al día siguiente fue fusilado a plena luz del día en una zona céntrica de Buenos Aires, y su cuerpo fue desaparecido.
Éstas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.
Paco Urondo (10/1/1930 – 17/6/1976)
Paco Urondo se destacó como poeta y periodista, y produjo también numerosos guiones de adaptaciones televisivas de grandes obras literarias. En 1973, tras un paso como preso político por la cárcel de Villa Devoto, fue designado Director del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Militó en agrupaciones guerrilleras y fue asesinado en Mendoza, cuando la policía local le hizo estallar el cráneo a culatazos de fusil.
Estoy en el clamor encontrado, fuera
de la felicidad y el fascismo y el olvido sin escuchar
la clausura y la ausencia,
sin tolerar la conmiseración, o desconocer
la alegría o la bondad o el dolor del caído.
Sin sentir resignaciones, sufriendo con rabia
la esperanza, viviendo a mi manera.
Haroldo Conti (25/5/1925 – 5/5/1976)
Haroldo Conti se destacó como cuentista y novelista. En 1975, un año antes de su muerte, fue galardonado con el premio Casa de las Américas por su novela Mascaró el cazador americano. Fue docente, periodista y militante comprometido del PRT. Después del golpe de estado se supo señalado por el gobierno militar, pero decidió permanecer en Argentina. Colocó en su escritorio la frase Hic meus locus pugnare est hinc non me removebunt (Este es mi lugar de combate, y de aquí no me moveré). El 4 de mayo de 1976 fue emboscado al regresar a su casa y detenido por las fuerzas militares. No se volvió a saber de él.
No sé si tiene sentido, pero me digo cada vez: contá la historia de la gente como si cantaras en medio de un camino, despojáte de toda pretensión y cantá, simplemente cantá con todo tu corazón. Que nadie recuerde tu nombre sino toda esa vieja y sencilla historia.
Roberto Santoro (17/4/1939 – 1/6/1977)
Roberto Santoro fue un escritor y poeta de gran compromiso político con la causa de las izquierdas latinoamericanas. Colaboró en varias revistas literarias y fundó El barrilete, que tuvo un papel central en la consagración de los letristas del tango como poetas hechos y derechos. Utilizó la ironía y la sátira como forma de denuncia política, y mezcló de forma magistral lo literario con lo popular, utilizando elementos del fútbol y del tango en su poesía. El 1 de junio de 1977 fue secuestrado por las fuerzas militares en la escuela en la que se desempeñaba como preceptor.
yo amo
tú escribes
él sueña
nosotros vivimos
vosotros cantáis
ellos matan
¡Gran selección, Laura!
Muchas veces se deja de lado el impacto que los golpes de Estado y las dictaduras pueden tener en el ámbito literario, generando, en casos como estos, la pérdida de grandes autores.
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