Seguir educándose, a pesar del crítico sistema educacional actual, se ha vuelto una actividad exclusiva de una minoría. Ya sea porque la educación en el Perú se haya elitizado —alargando la brecha y desigualdad entre las clases sociales— o, por la abulia que genera la crisis de empleo, o por las mil razones que no permiten al peruano seguir desarrollando su formación en pos del desenvolvimiento nacional.
Como bien sabemos, un país educado siempre será un riesgo latente para el poder. Tal vez aquí yace la cuestión del por qué el sector público invierta tristemente en educación y que el sector privado —en su mayoría—, la siga degradando en un afán lucrativo.
Las aulas de educación primaria y secundaria se han convertido en el inicio y el fin del desarrollo intelectual del país. Y que decir sobre el olvidado sector rural. La insuficiencia educacional no puede caer en su totalidad sobre los hombros de los maestros de escuela. Solos jamás podrán replantear nuestro fallido y desigual sistema educativo. ¿Soluciones? Muy pocas. Todas con base de un pueril idealismo utópico, alejadas de la realidad inmediata y a futuro. Por lo tanto, tan solo nos queda soñar. ¿Seguimos soñando el día en el que la educación en el Perú deje de ser ampliamente privatizada? ¿Seguimos fantaseando con que mágicamente la codicia y el lucro dejen de ser las alas que levantan al sector educativo? O acaso, ¿seguimos esperando a que el Estado haga algo? Soñar está bien, es el motor de las grandes ideas y de los grandes actos. Pero el acto total no puede quedarse tan solo en su fracción primaria.

El ejercicio del pensamiento nunca ha sido gratuito dentro de nuestro territorio nacional. Y para quienes logran ejercerla y domarla con destreza, inmediatamente se les adjunta deberes éticos y morales. El educarse con eficiencia conlleva responsabilidades. ¿Con quién? Pues con la conducta publica y el devenir del país. Responsabilidad que no los puede dejar ser ajenos a los problemas sociales y políticos de la época. Estas personas tienen una misión didáctica y un compromiso intelectual como respuesta al contexto de crisis. Un país con déficit, es un territorio adecuado para que el intelectual desarrolle de la mejor manera su labor como «opinador prestigioso» como diría Sartre. Cual alfil que ha dejado de ser peón, pero que no sirve a la voluntad de poder. Totalmente en contra de las ideologías dominantes, su deber está con la causa popular y la equidad social. Permaneciendo siempre del lado de la protesta y la crítica, y, sobretodo, de la educación.
Que la difusión pública a través de cualquier medio de expresión sea su voz. Ya sea «ante un microscopio, un libro, un lienzo, una máquina de escribir, un plano, un paciente o un aula» como diría Salazar Bondy hace ya sesenta años. Que las palabras sean sus armas y el lector u oyente su fin más preciado. Y nuestro país, como no, ha sido testigo de la aparición de mentes brillantes, quienes dedicaron sus vidas en pos de un crecimiento nacional: tanto político, social, cultural y educativo. Pero quienes están relegados a libros que ya nadie lee. Y solo han quedado como nombres dentro de un recuerdo que lentamente va desapareciendo.
Sigamos empapándonos de cultura y conciencia pública y política, sigamos expresándonos con inteligencia, para así, levantar nuestro ya magullado país.
Referencias:
Salazar Bondy, Sebastián, La luz tras la memoria: artículos periodísticos sobre literatura y cultura (1945 1965) Tomo I. Lápix Editores, 2014.