George Orwell: un escritor insobornable

En una entrevista para un programa español, Julio Cortázar habría definido esteta y filosóficamente cómo podría llegar a medirse la admiración para un hombre: «Louis Armstrong es uno de mis dioses, mis dioses están en la tierra, no en otro lado», dijo aquella vez. Recordemos también que, Cortázar, admirador pasional del jazz y de la música, escribió el cuento El perseguidor en gratitud a la figura de Charlie Parker —legendario saxofonista de jazz—. Ya sea Armstrong o Parker, Julio tuvo la necesidad de tener dioses; como todo ser humano. Y, asemejándose a un hombre de la antigua Grecia o del incanato, ofreció dadivas a estos: halagándolos con ofrendas como El perseguidor o la introducción de La vuelta al día en ochenta mundos.

Desde Borges con Stevenson, hasta Vargas Llosa con Flaubert. Los escritores tuvieron la necesidad de gratitud en reconocer el talento ajeno; de sus dioses. Estas figuras representan deidades de corte terrenal: hombres que vivieron y experimentaron los matices de las posibilidades humanas. Hombres en el que nuestros escritores —tal vez— se hayan visto reflejados; o, que, simplemente les hayan enseñado esa cara del ser humano que antes ignoraban.

Podríamos medir la grandeza de un escritor en la capacidad de influir sobre otros. Tal vez sea avezado decir que sin Flaubert no hubiese existido Vargas Llosa. O, que, tal vez sin Faulkner no hubiese existido el boom latinoamericano. La estimulación de la influencia es sumamente importante para el ejercicio creativo. Los escritores no son una isla, como diría Vargas Llosa en el inicio de un curso académico. Los escritores se enriquecen en un intercambio constante de lecturas y autores. Y son estos escritores y estas primeras lecturas críticas las que sientan las bases del pensamiento e ideología del lector. Y, desde luego, del novel escritor. Esto como punto de partida hasta que puedan afianzar la personalidad y el estilo literario que mejor los represente. Pero, siguiendo el hilo del pensamiento de Cortázar, y para no alargar demasiado las cosas, presentaré en este texto a uno de mis dioses: George Orwell.

La figura de Orwell para la mayoría de lectores de lengua castellana podría limitarse a 1984 o Rebelión en la granja. Lecturas que son obligatorias. A pesar de ello, recordemos que Homenaje a Cataluña podría ser el libro en habla inglesa más leído sobre la guerra civil española: hecho importante si queremos comprender los límites que abarcó la Segunda Guerra Mundial. Y, desde luego, el proceso embrionario de Orwell sobre lo que sería la figura del Gran Hermano. Resulta interesante que la crítica suela tomar como base y punto de partida las dos últimas novelas de Orwell: Rebelión en la granja y 1984, en especial este último. De ahí, los textos que les preceden son analizados en pos de ese punto fulminante y orgásmico que representa la novela protagonizada por Winston Smith. Todos los lectores de 1984 coincidiríamos en que el libro pudo haber sido escrito en esta época; pero lo escalofriante del texto es que fue publicado en 1949. La vigencia del libro cae en la cualidad del escritor británico de haberse convertido en profeta, pues vaticina casi con exactitud cómo se desenvolverían las sociedades posmodernas. ¿La vida imitando al arte? Wilde no podría estar más alegre.

A su vez, Orwell es uno de los escritores que mejor aprovechó sus experiencias al momento de escribir. Su primera etapa como policía en Birmania lo llevó a escribir su primera novela: Días de Birmania; luego, sus vivencias como vagabundo en Londres y lavaplatos en París lo llevó a publicar Sin blanca en París y Londres; sus breves años como librero: Que no muera la aspidistra; su militancia en el POUM y la posterior lucha en la Guerra civil española: Homenaje a Cataluña; sus años como profesor rural: La hija del clérigo; y podríamos seguir.

Orwell junto a militantes del POUM en la Guerra civil española.

No obstante, y a pesar de que el Orwell más conocido sea el de sus novelas, el de mayor calidad y lucidez es el de los ensayos y artículos periodísticos. «Escribo porque existe alguna mentira que aspiro a denunciar, algún hecho sobre el cual quiero llamar la atención, y mi preocupación inicial es hacerme oír». El Orwell ensayista tiene mayor libertad en desenmascarar la mentira de los hechos. Recordemos que Eric Blair —su verdadero nombre— vivió en una época espantosa para la Europa del siglo XX. La gran guerra llevó a los intelectuales a replantearse el futuro que le esperaría al hombre moderno. El siglo XX fue el siglo por excelencia de los intelectuales; esto como respuesta al contexto de crisis. A pesar de ello, a Orwell no le hubiese gustado ser limitado bajo este rotulo. La simplicidad y el estilo directo de su lenguaje, lo alejaban de este círculo docto. Orwell tenía un compromiso con la verdad y la independencia del pensamiento. Y nunca se casó del todo con alguna institución que podría representar sus intereses ideológicos del momento.  

La fidelidad independiente de su pensamiento hizo que se enfrentara a las diversas organizaciones políticas por las que pasó. Ya sea el Partido Laborista Independiente de Gran Bretaña o al momento de luchar a lado del POUM en la guerra civil española; sus convicciones políticas lo convirtieran en un apátrida político. Orwell no desistió al momento de incomodar a quien se le presentara: la hipocresía oficial de las sociedades democráticas, el totalitarismo soviético, el imperialismo, los liberales, la cobardía intelectual, etc. Orwell incomodó a todos.El autor de 1984 nos enseñó a sospechar de todo discurso. Así, no caeríamos en la trampa de significados y se defendería la independencia del pensamiento. Hoy en día que el lenguaje es utilizado como medio de represión y distorsión. La lectura de este escritor es un ejercicio de denuncia frente a los hechos que ignoramos y que suceden frente a nuestros ojos.

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